Comentario
España, que no llega a participar en ninguna de las dos grandes guerras mundiales, tuvo por desgracia su propia guerra. Desde 1936 a 1939, este hecho traumático afectó al libre desarrollo de la arquitectura. Madrid, frente bélico estable durante mucho tiempo, tuvo que solucionar problemas acuciantes de defensa y distintos a la pura teoría o práctica arquitectónica, con la excepción sobresaliente del Pabellón de la República en la Exposición de París-1937. En este año se crea el Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento -con Julián Besteiro como presidente, Fernando García Mercadal como secretario y siendo ministro de Comunicaciones, Transportes y Obras Públicas el arquitecto Bernardo Giner de los Ríos-, que elabora el inconcluso Esquema y Bases para el desarrollo del Plan Regional de Madrid (1939). El acoso sistemático a la capital dará como resultado, entre otros, la destrucción de la Ciudad Universitaria (a reconstruir en postguerra por parte de los mismos arquitectos y con el mismo estilo).
Situación distinta es la vivida en Barcelona, donde llega a identificarse el concepto de revolución político-social con el de la nueva arquitectura moderna (colectivización del ramo de la construcción, municipalización de la propiedad urbana y otros proyectos urbanísticos asumidos por la Generalitat). Dada la dispersión de los miembros componentes del GATEPAC, será el GATCPAC en esta zona y sobre todo Josep Torres Clavé -puesto que Sert se refugia en París- quien mantenga activo el ideario hasta el último momento posible. La actividad personal de Torres Clavé se desarrolla en tres sentidos: defensa de sus ideas en el campo político-profesional desde los primeros meses de la guerra (creación del Sindicat d'Arquitectes de Catalunya -SAC-, adheridos a las centrales obreras CNT-UGT y asumiendo las funciones tanto de la Asociación como del Colegio de arquitectos; creación del Comite de l'Escola Nova Unificada -CENU-, habilitando locales para niños no escolarizados; control de la Escuela de Arquitectura y redacción de un Nuevo Plan de Estudios en el que se proponía la enseñanza por ciclos o la especialidad por materias; control del Ayuntamiento y reorganización del ejercicio profesional, etc.); defensa de sus ideas en el campo de la difusión cultural (coordinación, con la ayuda de Joan Prats, de la revista "A.C.", que logra publicar todavía en momentos difíciles e incluso preparar los números 26-29 inéditos); por último, defensa de sus ideas en el campo de batalla.
Resulta difícil comprender para quien no vivió por fortuna el desastre de la guerra, ni tampoco las secuelas de la inmediata postguerra, cómo España pudo llegar a un estado tan dramático. Los documentos existentes, mostrados cada vez con mayor objetividad, pueden contribuir a la explicación, pero no a la comprensión. Arquitectos de gran talla y partidarios del arte de vanguardia se desunen o desaparecen en frentes irreconciliables: como J. M. de Aizpúrua, quien muere en 1936 alineado con el bando finalmente vencedor; o el mismo J. Torres Clavé, quien muere en 1939 en bando contrario. Para algunos supervivientes hubo desigual porvenir, según propuesta de la Dirección General de Arquitectura en 1942 (inspirándose en una "Depuración político-social de arquitectos", Orden de 24 de febrero de 1940-BOE de 28 de febrero): L. Lacasa y M. Sánchez Arcas, inhabilitación perpetua para el ejercicio público y privado de la profesión; J. L. Sert, suspensión total en el ejercicio de la profesión y en todo el territorio nacional; R. Bergamín y M. Domínguez, inhabilitación perpetua para cargos públicos y temporal para el ejercicio privado de la profesión; C. Arniches, V. Eced, F. García Mercadal y S. Zuazo, diferentes sanciones o inhabilitaciones temporales. El exilio voluntario o forzoso había sido inevitable ya: Bergamín (Venezuela), Bonet (Argentina), Domínguez (Cuba), Lacasa (Rusia), Sert (USA), o Zuazo (quien, una vez regresa de Francia tras la guerra, vive temporalmente en Canarias). Mientras unos arquitectos -vinculados de un modo u otro al quehacer republicano o en particular a la Generalitat- desaparecían del panorama profesional español o eran disminuidos en sus facultades, otros afines al nuevo régimen iniciarán un camino sin sentido preciso -ni salida acorde con los tiempos- hacia una arquitectura neoimperialista. La identificación de la arquitectura moderna con la Segunda República pudo ser el motivo de algunos para combatir aquélla también, pero debe advertirse que en tan corta duración, dada la crisis económica existente además, difícilmente hubo tiempo de generar una arquitectura moderna que calara en la sociedad de los años treinta, en un paisaje urbano donde la gran mayoría de las obras eran de signo tradicional. Las iniciativas del GATCPAC y la promoción de la Generalitat, pueden considerarse en ese sentido excepcionales. Por otra parte, debe aludirse a los monumentales y escurialenses Nuevos Ministerios (1933-1936. Paseo de la Castellana, Madrid) de Secundino Zuazo -aun siendo más complejos estilisticamente y más próximos a su Casa de las Flores de lo que pudiera parecer a primera vista-, iniciados en tiempos de Indalecio Prieto y por tanto contribuyentes a disolver unos límites rígidos entre una arquitectura moderna de anteguerra y otra anacrónica de inmediata post-guerra (Valle de los Caídos, 1942-1959, Madrid, de Pedro Muguruza y Diego Méndez; Universidad Laboral, 1946-1950, Gijón, de Luis Moya y otros). Esta natural disolución de límites llegará a forzarse en los años 70 con una tesis que avalaba la Exposición Arquitectura para después de una guerra, 1939-1949 (1977), pretendiendo prolongar el racionalismo de los años treinta -camuflado con escudos, chapiteles y espadañas-, sin solución de continuidad y hasta los años 50 considerados de recuperación.
No obstante, debe insistirse en que sí hubo argumentos para pensar en una reacción contundente durante los cuarenta, que corroborará más incluso una formación academicista en las escuelas de arquitectura y un dificultoso conocimiento de las tendencias contemporáneas (ténganse en cuenta las circunstancias de crisis, aislamiento, presión o afinidad ideológica con las fuerzas del Eje en plena Segunda Guerra Mundial). Los ejemplos dados por los exiliados se desvanecían, además de permanecer aquí otros arquitectos comprometidos antes con una arquitectura relativamente moderna que retrotraen ahora su estilo -según los vientos que soplan- hacia posiciones historicistas (L. Blanco Soler, J. y R. Borobio, R. Durán Reynals, C. Fernández-Shaw, F. Folguera, L. Martínez-Feduchi, el mismo S. Zuazo, etc.). Mientras Sert -que había trabajado para el vencido- mantenía viva la llama de la arquitectura moderna en el extranjero, Gutiérrez Soto -realizador en otro momento de arquitectura moderna de gran calidad (al margen del GATEPAC, si bien compartiendo muchos de sus criterios) y que había luchado en el Ejército del Aire de parte del vencedor- acaba por realizar el Ministerio del Aire (1942-1951. Plaza de la Moncloa, Madrid) con un estilo que rememora sin duda El Escorial y la arquitectura tradicional villanoviana.